Los expedientes COVID: Una conversación con Paulina Spinoso

Paulina Spinoso es psicóloga y profesora de filosofía. Se ha desempeñado como vicedirectora de la carrera de psicología y coordinadora de la carrera de filosofía en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) en Buenos Aires, y ha enseñado en la UCES, la Universidad de Palermo, la Universidad de Belgrano y la Universidad Museo Social Argentino (UMSA). Ha escrito y publicado sobre diversos temas, desde el psicoanálisis en el ámbito hospitalario hasta la trascendencia cultural del tango en Argentina.

* * * * *

(Vance) ¿Cuál ha sido tu experiencia personal durante la pandemia Covid? ¿Cómo ha impactado en tu vida diaria, profesional, etc.?

(Paulina) Aunque nada comienza de la noche a la mañana, la pandemia me “impactó”, aunque algo ya sabíamos, el 14 de marzo del 2020, cuando los Organizadores de Milongas–lugares/eventos a los que yo asistía–decidieron suspenderlas. Ese mismo día un grupo de amigas teníamos entradas para el teatro y las devolvimos. Eso fue lo más “impactante”, que actividades que nos parecían naturales en nuestras vidas, regocijantes además, de pronto resultaran peligrosas; no un peligro leve o mediano sino “peligro de muerte”.

Yo doy clases de Filosofía en dos Universidades y recién comenzaban–recuerdo la conversación con los alumnos en esa primera clase presencial que fue la última para mí. Las autoridades resolvieron pasarlas a virtuales y yo, en parte por mi edad y en parte por mi resistencia a las tecnologías, preferí derivar el dictado a los adjuntos de mis cátedras, que son más jóvenes que yo. Extraño el encuentro con los alumnos, pero me siento aliviada por no tener que aprender esos nuevos procedimientos. También por no tener ya obligaciones cotidianas: madrugones, horarios, y otras cosas así.

Así que, al principio, bastante encerrada porque pasé a pertenecer a la “población de riesgo”, no por enfermedades previas, sino por la edad (74 cumplidos en pandemia). Ahí claro, perdí cosas: espectáculos, milongas, reuniones, salidas a comer con amigos, callejear, que a mí me gusta tanto.

También gané otras; cosas inhabituales pero que tenía postergadas. Por ejemplo leí en forma más o menos sistemática la literatura argentina–como es el caso de la “gauchesca”–, que tenía siempre pendiente. Hice cursos por Zoom, para lo que antes no tenía tiempo. Usé los recursos que tenía para afrontar la nueva situación. Noté que cambié mucho la idea sobre lo necesario y lo superfluo. Comprar más ropa no es necesario–aunque lamento la pérdida de fuentes de trabajo; tener amigos, por ejemplo, sí es muy necesario.

Desde entonces y hasta ahora el grado de encierro ha variado mucho dadas las distintas circunstancias–el verano, la baja o suba de los índices de contagio, las distintas políticas de cuidado que iba tomando el gobierno–. Ahora estoy yendo a clases de yoga en el parque Centenario, a comer con amigas/os…con los cuidados pertinentes aunque ya tengo las dos vacunas y la de la gripe dadas.

En el “quedarse en casa”–expresión que prefiero a la de “encierro”–aunque vivo sola, no me siento sola. A veces sí, claro, pero no tiene que ver con la pandemia. Converso por teléfono con amigas–con menos obligaciones pueden ser más largas las conversaciones–, participo en Zooms con mi grupo de cine–que antes era en casa de una amiga–y en reuniones de trabajo de una agrupación a la que pertenezco, Resistencia Milonguera, y en las reuniones virtuales de mucha gente del tango que está tratando de resolver los problemas laborales y culturales que les plantea el no poder trabajar. Veo películas–muchas–, leo–menos de lo que quisiera pero parece que eso nos pasa a muchos, según lo comentó un psicoanalista en una nota periodística–. También escribo; eso me gusta mucho. Ultimamente escribo las “Efemérides”–homenajes que hacemos a nuestros grandes artistas del tango–para Resistencia Milonguera.

Claro que junto a todo esto corre la incertidumbre, la angustia, la tristeza por la situación. Muy tempranamente murió por Covid una amiga que estaba internada a la vuelta de mi casa, el marido de una vecina de mi edificio, hace muy poco un referente de nuestros pensadores–Horacio González–a quien yo aprecio mucho. En fin, aunque todas las muertes cuentan, las que tienen nombre propio para nosotros afectan más.

Y como filósofa que trato de ser–o que es mi enfermedad profesional–reflexionando y leyendo sobre la nueva situación. Al comienzo de la pandemia leí “Sopa de Wuhan”, y una publicación de pensadores argentinos: “ASPO” (por Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio). Y ayer compré un nuevo libro de diversos autores que se llama “Desafíos en pandemia”. Supongo que ha de ser interesante.

Ahora estoy disfrutando un poco más de la apertura–pero siempre tratando de ser cuidadosa–confiando en el avance de la vacunación, a la espera de la primavera.

“Hoy llevamos más de 30 días de cuarentena, la mayoría de los días no sabemos en cual estamos. Las noticias de la televisión o la radio son agobiantes, ya casi nadie las mira o escucha. Señora cómo pasa la cuarentena, tiene algo para decir, o fulano dijo pónganse el barbijo, no salgan a la calle, si tiene más de 70 años saque su permiso. Queremos estar informados, pero si pasamos el canal o corremos el dial, todos copian de todos para ver quién tiene la primicia o informa mejor, pero en definitiva nadie sabe quién tiene razón.”

Rosa Monfasani, Crónicas en tiempos de pandemia (2021)

(Vance) Me has contado que vivís en el barrio El Abasto, que se identifica con las artes plásticas y culinarias, el tango, y otras expresiones de la vida social en conjunto. ¿Cuál ha sido el impacto del Covid en los ritmos de tu barrio?

(Paulina) Qué interesante que estés informado sobre el Abasto. Hay muchos Abasto. Son como capas superpuestas y/o entrelazadas. Hay restos del viejo Abasto, el del Mercado de frutas y verduras [en operación desde 1893 a 1984]. Hay el Abasto de los 90, cuando el Mercado se convirtió en Shopping, se construyeron hoteles de lujo, supermercados y nuevos edificios altos. Para éste, el tango es para el turismo. Hay el Abasto de las comunidades: judíos sefardíes, rusos en cierto momento, bolivianos, peruanos, senegaleses. Sí, también el del tango: la casa de Gardel está en nuestro barrio y hay algunas milongas, pocas quizá, si se compara con la fama del barrio. Y está el de los centros culturales, los teatros, las pequeñas galerías de arte (algo un tanto nuevo en el barrio). Finalmente, hace un tiempo, el del encuentro nocturno de jóvenes para la cena, la cerveza con amigos.

Con respecto al impacto de la pandemia, lo que te conté antes vale un poco también para el Abasto. Los negocios y supermercados funcionan pero con los cuidados, la feria barrial, en la calle, es un buen lugar para comprar al aire libre; los centros culturales y los restaurantes se las arreglan para sus actividades también al aire libre. Los parques como el Centenario, se usan para encuentros o festejos. Así que la calle está concurrida, pero para que la gente no se amontone adentro, como sugieren las autoridades sanitarias, aunque, como te adelanté, no siempre se cumpla estrictamente con los protocolos.

(Vance) De principios del 2020 a hoy, ¿cuál ha sido el cambio más significativo que has visto en tu entorno? ¿En la ciudad de Buenos Aires? ¿En el país?

(Paulina) Bueno, Ortega y Gasset decía: “Yo soy yo y mi circunstancia”, así que parte de esta respuesta está en las respuestas anteriores. No obstante, me resulta difícil una descripción unitaria por varias razones:

Momentos: Hubo momentos en que se salía sólo por verdadera necesidad y las calles se veían extrañamente vacías, los negocios cerrados, algunos definitivamente. Otros, como ahora, en que la actividad se parece mucho a la de siempre, aunque por ejemplo, el barbijo está universalizado, hay alcohol en gel en todos lados, número de gente acotado en bancos y negocios…actividades que aún no han vuelto, por ejemplo las milongas (por lo menos las oficiales, porque hay algunas clandestinas).

Edades y horarios: Lo que acabo de decir se aplica al día. A la noche es distinto. Los más jóvenes se apropian–no lo digo en mal sentido–de la ciudad  y no sé si tienen los cuidados necesarios, más bien dudo de eso.

Lo cotidiano y lo extraordinario: Cuando sucede lo extraordinario, como la muerte de Diego Maradona o la obtención del título de Argentina Campeón de la Copa América el entusiasmo de la gente superó los cuidados y se amucharon sin respetar las distancias. Curioso que cada tanto aflore esa cuota de entusiasmo que desafía a la muerte y también curioso que se trate de acontecimientos ligados al fútbol (aunque Diego es para nosotros mucho más que fútbol).

Grados de afectación diferentes: Yo soy jubilada, estoy relativamente sana y no tengo ancianos o niños que cuidar. En cierta forma es un privilegio. Hay quienes tienen que trabajar mucho–como el personal de salud–o han perdido o disminuido su trabajo y se encuentran en aprietos económicos, o tienen un enfermo en la familia y la pandemia agrava su situación. En fin, no es lo mismo.

Actitudes e interpretaciones: Como en todo el mundo acá hay mucho negacionismo. Gente que cree que la pandemia es un subterfugio para dominar al mundo, que las vacunas inoculan ideología y unas cuántas ideas más. Por suerte muchos son contradictorios y a pesar de eso se vacunan. Otros se niegan. Creen que “vacunación = genocidio”. Increíble, pero lo vi pintado en una pared. Se autocalifican como “libertarios”, entendiendo la libertad como la de no vacunarse o que no te impidan salir a contagiarte o contagiar.

Posiciones políticas: Es una pena pero en nuestro país una situación como la pandemia donde esperaríamos que la “comunidad” prevalezca sobre el conflicto de partidos, la oposición–que es bastante agresiva–toma cualquier posición con tal de que sea contraria a la del gobierno. Eso dificulta mucho las cosas.

(Vance) Me interesa tu opinión como psicóloga; la pandemia nos dejará a todo el mundo con algún nivel de estrés postraumático, expresado de una forma u otra. En Argentina, ¿cómo ves los efectos a largo plazo de este fenómeno?

(Paulina) Me parece bien que digas “todo el mundo”, porque de eso se trata con una pandemia. Lo que ha ocurrido es una “catástrofe”. Hay psicólogos que se ocupan de esas situaciones; no sólo de estudiarlas, sino de ocuparse de asistir a la gente en esas circunstancias. Aquí llamamos a las materias que dictan esa especialidad “Emergencias y Catástrofes”. Me gustaría que estuvieran interviniendo más, pero probablemente no están muy preparados para este caso. Ellos se ocupan de incendios, accidentes, descarrilamiento de trenes, inundaciones, terremotos; siempre algo más acotado y más espectacular. Esto es diferente: más silencioso, más prolongado, más difuso, menos visible.

Hay varios problemas previos a la posible respuesta a tu pregunta:

1. Hablamos como si hubiera un después; eso se ve en el uso de la palabra postpandemia, lo cual no es seguro hasta ahora.

2. El trauma implica algún estresor, sorpresivo, cuyo grado de eficacia depende mucho de cuánto se está preparado para recibirlo, y con qué recursos se cuenta. La misma cosa puede afectar de distinta manera a distintas personas.

3. La pandemia no fue un rayo en medio de un día luminoso. Ya teníamos muchas situaciones estresantes a las que reaccionábamos también de distintas maneras y que también se habían tornado relativamente silenciosas por efecto del acostumbramiento. A nivel mundial y social: graves problemas ecológicos, desigualdad creciente, conflictos abiertos o soterrados, racismos, migraciones, exilios, destierros…A nivel personal o familiar: enfermedades mentales (depresión, cuadros psicóticos, enfermedades psicosomáticas, adicciones), o físicas (cáncer, enfermedades cardíacas, discapacidades), disfunciones familiares, y esos sufrimientos difusos que por ser comunes no parecen patológicos como la colonización de la subjetividad por las exigencias de la sociedad de consumo o la servidumbre voluntaria con respecto a los medios, incluso los digitales, con sus efectos de falta de distinción entre lo falso y lo verdadero, lo imaginario y lo real.

Comento todo esto porque aun suponiendo que hubiera postpandemia, habrá que seguir lidiando con todo esto, más lo postraumático que ella acarrea. Seguramente habrá “algún nivel de estrés postraumático”. Probablemente habrá una primera reacción de alegría–quizá un tanto maníaca (salir corriendo a viajar, a bailar, a comer afuera)–pero luego habrá que afrontar lo que se ha perdido en vidas (las familia de los muertos, ¿harán alguna ceremonia “en diferido”? ¿Cómo será eso?). Seguramente no será como si nada hubiera pasado (eso sería lo más grave). Habrá que reorganizar el trabajo, las actividades (¿Cómo será volver a clases presenciales después de dos años de clases virtuales? ¿No aprovecharán las empresas educativas para suprimir puestos de trabajo?). Esto para hablar de lo que más conozco, pero seguramente en todos los campos las cosas no volverán a ser iguales. Podría ser una oportunidad: hay sindicalistas que están hablando de disminuir las horas de trabajo. Es decir: más gente ocupada, menos desocupados, menos gente sobreocupada–los “empresarios de sí mismos” o los adictos al trabajo podrían recuperar lo que de su ser escapa al trabajo.

En lo personal, para cada uno habrá una tarea que hacer, en la aceptación de la incertidumbre–que es más patente ahora, pero ¿cuándo tuvimos certezas?–de nuestra condición de mortales, de nuestra vulnerabilidad, de nuestra necesidad de común-unidad–acá solemos decir “nadie se salva solo”–, de la inevitabilidad de las pérdidas. Probablemente es un trabajo para la post pero que ya estamos haciendo–o no–ahora.

En estos tiempos me llamaban la atención ciertas actitudes que sumo a las que ya te conté.

1. La imposibilidad de postergar o renunciar. Por ejemplo mucha desesperación para que los chicos tuvieran “sus vacaciones, o sus clases, o sus fiestas y viajes de egresados”, como si todo eso se los hubiera prometido Dios desde toda la eternidad. Como si fueran derechos inalienables que alguien tenía el deber de satisfacer.

2. El sometimiento a imperativos superyoicos –Lacan hablaba del superyó que ordena gozar- de disfrute y de consumo. Acompañado de la suposición de que alguien tiene la culpa de las limitaciones y no están fundadas en esta realidad. Mucho narcisismo nimbado de libertarismo: “A no me van a imponer x cosa”.

Evidentemente a quien ha transitado la pandemia de esta manera lo “postraumático” le va a resultar más difícil.

(Vance) El tema de las vacunas ha sido complicado en Argentina, al igual que en Estados Unidos, aunque quizás por diferentes razones. Entre problemas políticos, comerciales, y socioeconómicos, no es necesariamente que todos los que desean vacunarse tienen acceso a las vacunas. ¿Cómo ves este problema? ¿Surgen conflictos sociales a causa de esto? ¿Cómo conviven los esfuerzos para alentar a vacunarse con esta realidad de desabastecimiento? 

(Paulina) Sí, complica las cosas que la cuestión de la pandemia haya entrado en la lógica de la lucha política. Pero, tampoco es demasiado excepcional. Sabés que los estoicos decían algo muy pertinente: “No son las cosas las que nos afectan, sino las opiniones que tenemos acerca de las cosas”. Ojalá pudiéramos–y es bueno hacer el esfuerzo–ir directamente a las cosas, pero esto que comentan los filósofos forma parte de lo que son las cosas. Los sociólogos también dicen que “Lo que la gente piensa sobre lo que ocurre forma parte de lo que ocurre”. Lo ideológico forma parte de ese mundo de opiniones.

Ya te conté la resistencia que tuvo la Sputnik. Se decía que te instalaba un chip, que te inoculaba ideas, que era mala, etc. Hablaban y hablan de la vacuna “rusa”, implicando “comunismo” y Unión Soviética, como si no supiéramos que la URSS ya no existe desde hace mucho tiempo. Se agravió a funcionarios, se hizo una denuncia por “envenenamiento”, se instalaron términos como “infectadura”. Me causa cierta gracia que Marx–que falló en muchas de sus predicciones–haya acertado en la de que “un fantasma recorre el mundo”, porque aquí siguen agitando el fantasma del “comunismo” por cualquier cosa que tenga un átomo de solidaridad social.

Con Pfizer hubo una temprana, larga y complicada negociación que terminó ahora cuando hubo un acuerdo. De entrada hubo aceptación de Pfizer sin preocuparse de dónde venía, como lo muestra, muy al comienzo de la pandemia, el trabajo conjunto de pruebas que se hizo en el Hospital Militar Argentino con voluntarios. Después hubo incumplimientos de Pfizer y exigencias demasiado fuertes como la de deshacerse de toda responsabilidad por cualquier reclamo, queriendo que sea Argentina quien pusiera como garantía bienes nacionales. (¿Lo pidieron a todos los países a los que le vendieron la vacuna? ¿Nos lo pidieron sólo a nosotros por selección “ideológica”? No lo sé. Sería interesante averiguarlo). Pero, finalmente, se llegó a un acuerdo y así estamos ahora. Comprenderás que para cualquiera que ame a su patria eran exigencias difíciles de tolerar. Pero este gobierno prioriza la vacunación. Lo han acusado al presidente de haberse “enamorado de la pandemia”, mientras otros actuales o ex decían “que muera el que tenga que morir” o “esto es sólo una gripezinha”.

En cuanto al plan de vacunación, se está llevando a cabo según prioridades: la gente de mayor edad, la población de riesgo, el personal de salud, y ahora los jóvenes que parecen los más amenazados por la variante Delta. Es cierto que no podemos hacer una vacunación masiva porque no hay todas las vacunas a la vez para todos los que quieren vacunarse. También es cierto que hay personas que preferirían que las farmacias compren a los laboratorios al precio que sea, que la comercialización sea privada y que ellos–que tienen los medios–puedan ir a comprarlas. Puede ser que estas personas se sientan en “conflicto social” con los que–por alguno de los motivos señalados antes–las reciben gratuitamente antes que ellos.

También hay provincias como Córdoba, donde hay más vacunas que gente que quiera vacunarse; ahí prendió mucho el discursos “antivacunas”. También es una de las provincias con más contagios.

Ejemplo de contradicción: en CABA, mientras el Ministro de Salud dice que estamos ante un nuevo y grave peligro, su Jefe de Gobierno anula la distancia en las escuelas (antes se organizaban para que hubiera un metro y medio de distancia entre los chicos). Leí una frase que me parece que describe bien lo que se hace en CABA: “cuando se está por apagar el fueguito, tiran una ramita más”.

Lo más problemático es que una catástrofe humanitaria universal se esté tratando de esta manera parcial y sometida a las leyes del mercado. Las vacunas deberían ser algo así como “patrimonio material de la humanidad”. Lo que ocurre en cambio es que está sometido a la competencia de los laboratorios privados que las cobran muy caras y que las venden a países privilegiados no sólo económicamente–tienen más dinero–sino también “ideológicamente”. Te imaginarás que no me pone contenta que seamos el último de los primeros–porque después de todo, el programa de vacunación avanza–pero mucho menos ser el primero de los últimos–porque hay países que están mucho peor. Esto último me apena muchísimo. No comparto la falta de solidaridad ni de las personas que quieren vacunarse primero porque tienen la plata para pagarlo, ni con los países que adoptan igual actitud.

La desigualdad creciente de que te hablé como un tema prepandémico, se agrava con la pandemia y el acceso desigual a las vacunas es una prueba de eso. Hoy leí un comentario que me parece justo: “la producción y la disponibilidad de las vacunas se vincula con una cuestión geopolítica que desborda la voluntad de un país como el nuestro”.

Preguntás cómo “conviven los esfuerzos por alentar a vacunarse con la realidad del desabastecimiento”. Y…te diría que conviven bien y mal. Bien porque la respuesta es un plan coherente de vacunación relacionado con las posibilidades de compra y entrega de las vacunas y mal porque hay una parte inasimilable del asunto que tiene que ver con nuestra condición periférica en el mundo.

¿Qué hacemos con eso inasimilable? Lo que hacemos con todas las cosas inasimilables de la vida: luchar y soportar.

(Vance) Esta es una crisis más de muchas en Argentina, pero esta es cualitativamente diferente, limita más y en diferentes formas que una crisis política o económica. ¿Cuál será el impacto en la psiquis nacional? ¿Cómo se recupera de esto?

(Paulina) Debo confesarte que me cuesta un poco tomar a mi país como si fuera excepcional. Es cierto que hemos tenido muchas crisis y esta es excepcional, como lo es para todos. Pero ¿es que en EEUU no ha terminado el gobierno de Trump con una crisis, no se repiten crisis por discriminación racial, no ha habido las crisis de los bancos?

(Vance) Tenés razón en tu observación acerca de la universalidad de las crisis; ha sido un par de años bastante complicados aquí en EEUU, y por lo que veo no hay señal de cambio en el horizonte. Supongo que lo que quiero distinguir entre este país y Argentina no es la experiencia de crisis, pero la forma de experimentar la crisis; parecemos tener mayor necesidad psicológica aquí en EEUU de disimular nuestra experiencia de crisis, que se ha visto muy desafiado durante esta en particular por el mero hecho de su carácter global. Nuestra manera acostumbrada de disimular un mal momento ha sido el compararnos con el resto del mundo (habrá racismo aquí, pero en Irak…; tenemos sequía e incendios brutales aquí, sí, pero en Etiopía…; etc.). En esta situación, no tenemos esa válvula de escape, porque durante gran parte de la pandemia el resto del mundo se ha estado comparando favorablemente con nosotros. Creo que ese ha sido el golpe más significante a la psiquis nuestra en estos tiempos.

(Paulina) Te agradezco que me cuentes de tus propias experiencias. Me hiciste acordar de un verso de nuestro poeta Leopoldo Marechal: “La patria es un dolor en el costado”. A cada uno de nosotros nos duele algo del estado de nuestras patrias, y a veces como contás, hay la tentación decir que sí, pero que hay otros peores. La cuestión no es alegrarse del mal del otro sino de compartir…aunque lo que tengamos para compartir es la vulnerabilidad.

(Vance) En un artículo del 14 de julio, La Nación anunció la llegada a los 100 mil muertos por Covid en Argentina. Es un hito poco alentador, y tampoco es cuenta final, ya que se siguen anunciando entre 200 y 300 más por día en el país. ¿Cómo resistir el impulso a la desesperación, cómo mantener alguna chispa de optimismo bajo las circunstancias? Has dicho que, si descuidamos las lecciones impartidas por la pandemia, las cosas simplemente volverán a repetirse en el futuro. ¿Qué habrá que cambiar para realmente aprovechar lo que hemos aprendido de todo esto (si es que hayamos logrado aprender alguna cosa)?

(Paulina) Si nuestro acceso a las cosas está mediada por opiniones, cabe preguntarse por el proceso de formación de las opiniones, lo que suele denominarse “construcción del sentido común”. Y aunque uno “ama a sus opiniones más que a sí mismo” como dice Lacan, lo más engañoso que hay es creer que son propias. “No hablamos sino que somos hablados”, para seguir con la cita. Los medios de comunicación de masas–ya llamarlos así es toda una cuestión–tienen un papel fundamental en eso. Son los que nos hablan.

Vamos por partes:

Menciona los 100.000 muertos, cifra impactante que en lo esencial no variaría si se tratase de 99.999 o 100.001, pero sirve para producir eso, el impacto.

Disculpame otra referencia filosófica: La Escuela de Frankfurt  hace tiempo ya que planteó que en la sociedad de consumo “toda producción cultural adopta la forma de la mercancía”. La noticia es una mercancía, y se vende con los mismos o parecidos recursos de la publicidad de cualquier producto; por ejemplo novedad, por ejemplo el impacto.

Hace poquito compré y leí un libro muy interesante de Laurent de Sutter: “Indignación total”, que lleva el comentario: “Lo que nuestra adicción al escándalo dice de nosotros”. Viene ocurriendo algo a lo que trato de sustraerme, no siempre con éxito, que es la generación del escándalo cotidiano. Medios que de la mañana a la noche–pero ya mañana pasan a otra cosa–se prenden de un tema para tratarlo todo el día superficialmente pero con la intención de llenarnos de indignación.

“100.000 muertos” se prestó muy bien a eso. Más el adicional político de atribuirle exclusivamente la culpa a un actor, cuando los actores somos muchos, entre ellos los medios negacionistas, antivacunas, antirestricciones, etc. Nunca los medios se van a hacer cargo de su papel como actores. Ellos son siempre relatores, supuestamente “neutrales”.

Mencioné la publicidad. Ya Umberto Eco hablaba del “efecto Santa Claus”, la idea de que la gente no cree lo que dice la publicidad–¿vos realmente creés que “con Coca Cola la vida es mejor”?–pero sí le cree a la publicidad.

Está ocurriendo algo muy llamativo. Mucha gente les cree a personajes que mienten descaradamente, o se contradicen descaradamente. Es como si dijeran: “No creo lo que decís–sería demasiado estúpido–pero aun así lo doy por válido”. “Miénteme más, que me hace tu maldad, feliz”, dice un famoso bolero.

Hablás de “desesperación”, buscás una “chispa” solamente de optimismo. Pues te diré que ese tono a mí y a muchos argentinos, no nos representa. Sin ser por eso “optimistas”. Otro libro que te recomiendo: de Terry Eagleton, “Esperanza sin optimismo”.

Te cuento que ayer domingo fui a hacer yoga en el Parque Centenario, hicimos una pequeña ceremonia por el día de la Pachamama y luego nos fuimos con una amiga a comer asado en una parrilla. Siempre con los barbijos, con el gel, etc. No estábamos desesperadas, ni la gente con la que nos cruzábamos. Quizá no todos se cuidaban lo suficiente, eso explica un poco el número de contagios; es verdad. A la noche tuve mi encuentro por zoom con mi grupo de cine. Estábamos preocupados, ocupados con la pandemia, pero no desesperados.

Me estoy acordando de una frase–esto ya se aparece a una asociación libre, no?–que malévolamente suele atribuirse a los izquierdistas (algo de eso hay), pero que estos días me parece más aplicable a los derechistas: “Se levantan tristes y se acuestan furiosos”. Y sí, para no ser así tendrían que ver otros canales y leer otros diarios.

Todo esto que acabo de decirte hay que matizarlo con lo que te dije al comienzo: no todas las situaciones son iguales y hay también gente para la cual la desesperación tiene un anclaje en lo real.

Con respecto al futuro, acabo de leer un artículo de un ensayista argentino, Alejandro Kaufman, quien, para referirse a su negativa a anticipar el porvenir, dice “Por algo las grandes religiones repudiaban los vaticinios y los distinguían de las profecías, que eran la forma antigua de interpelación al presente”. Así que la profecía adecuada a este momento presente sería la de llamar la atención sobre el hecho de que si no encaramos–el mundo–los problemas antes mencionados, que precedían y quizá hasta hayan causado la pandemia, no podemos esperar mucho del futuro.  

“La pandemia nos vulnera de manera tal que nos convierte en números. La única manera de saber lo que está ocurriendo es a través del recuento de las muertes. Se produce una situación paradójica: es necesario saber cuántas personas fallecen y, al mismo tiempo, el proceso de conteo insensibiliza y banaliza la muerte. De una u otra manera, se trata de muertes evitables que no pudimos evitar. En el marco de la globalización, el recuento es global, continuo y en tiempo real, por lo que genera una especie de pánico constante. Todo lo que se haga por atenuar y consolar este tipo de situaciones es tan valioso como necesario. Que los medios puedan producir relatos, recuperar testimonios e historias de vida de los fallecidos sería muy positivo.”

Alejandro Kaufman, Entrevista con Pablo Esteban, Ciencia, comunicación y política (21 Junio, 2021)

© Vance Woods

Para leer la versión en inglés, haga click!

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